13 de septiembre de 2010

La Obediencia

Hace algunos años fui profesor de colegio. Asumí el reto de ayudar a educar a una nueva generación cuando tenía apenas 23 años y ni siquiera sabía cómo educarme a mi mismo.  Fue una experiencia maravillosa, llena de satisfacciones y frustraciones, pero sobre todo, llena de enseñanzas.  Fueron dos años que me marcaron (positivamente) para toda la vida y por los cuales siempre estaré agradecido*.

Recuerdo que alguna vez, en medio de la frustración que conlleva enseñar a adolescentes -quienes por naturaleza tienden a ir en contra de las normas establecidas-, tuvimos una conversación entre algunos profesores.  Discutíamos acerca de la obediencia.

Qué podemos hacer los profesores para mejorar el comportamiento de los estudiantes? Cómo combatir la frustración de lidiar con tantos adolescentes cuando (tan frecuentemente) optan por saltarse las normas? Será el castigo la mejor solución?

En mi clase opté por intentar explicar a mis alumnos el por qué de las normas, en lugar de apelar solamente al castigo por incumplirlas. Siempre he creído que las reglas no se crean por capricho y no aparecen de la noche a la mañana, sino que son acuerdos de convivencia indispensables para poder vivir juntos en este mismo mundo y que deben tener alguna lógica subyacente.  Para mí, personalmente, es indispensable entender esta lógica: entender el por qué.  Y creo que si no soy capaz de entender alguna regla en especial y me cuesta cumplirla, algo debe estar mal con ella, y la solución es hacer mi mejor esfuerzo para cambiarla.  Me someto a ella mientras cambia, pues es un acuerdo social existente que debe ser respetado por cuestiones prácticas -para evitar el caos-, pero hago todo lo posible por modificarla, pues aquella regla no funciona para mi.  ( En esta categoría entran hoy en día situaciones como la prohibición de las drogas o la extrema burocracia gubernamental, entre otras muchas.)

Recuerdo que en aquella conversación este enfoque recibió algunas críticas. Me sugirieron que “perdía” mucho tiempo de clase en la labor de explicar las reglas. Había otros profesores mucho más experimentados, más eficientes, en cuyas clases los alumnos se comportaban de mejor manera y no perdían tanto tiempo en cuestiones disciplinarias.  Aquellos profesores se imponían desde un primer momento, hacían valer su posición, y sus alumnos se comportaban adecuadamente, simplemente “entendiendo” que las normas son para cumplirlas.

Algo había de cierto.  Normalmente daba demasiada cantaleta en clase.  A veces, por estar teniendo este tipo de conversaciones, no me alcanzaba el tiempo para cubrir el tema propuesto en el programa. Pero para mí esto siempre fue secundario pues mi labor central era la de educar, y creía que este tipo de discusiones serían mucho más útiles a mis alumnos en el largo plazo que el alcanzar a hacer tres o cuatro ejercicios más del libro de gramática.  Además, las discusiones las teníamos hablando en inglés, con lo cual justificaba el nombre del curso que dictaba.  En cuestiones prácticas era ineficiente,  tenía que confrontar más casos de indisciplina y alcanzaba altísimos niveles de frustración. Pero para mí era una cuestión personal, de cómo entiendo yo la vida y de la importancia que le doy a entender las normas, más que a cumplirlas.

Hace un par de días, siguiendo una recomendación hecha por Hector Abad en su columna de El Espectador, me encontré con el experimento de Milgram sobre la obediencia a la autoridad.  He puesto los tres videos mostrando el experimento al final de esta entrada.

Despues de verlos quedé aterrorizado, al igual que el narrador de la historia.  Ver gente normal, inteligente, educada, bienintencionada, como cualquiera de nosotros, que llega a cometer este tipo de barbarie simplemente por la necesidad moral de obedecer a una autoridad establecida me hace temblar de miedo frente a la sensación de ser tan fácilmente manipulable.

Reafirmé el valor que le doy a tener criterio antes de obedecer y la importancia de la desobediencia.  Justifiqué mi animadversión al concepto militar de la obediencia debida y a seguir las normas “porque sí”, “porque yo digo” o “porque las normas están hechas para cumplirlas”. Recordé esta vieja conversación entre docentes y me sentí satisfecho, pues creo que todas esas horas de discusión en clase pueden haber valido la pena.

Recordé también las sensaciones tenidas estos últimos años lejos de Colombia, viendo desde la distancia las atrocidades cometidas por las autoridades en nombre de lo que consideran correcto, apoyadas por ciudadanos de bien que obedecieron ciegamente a aquel gobierno a pesar de saber, muy en el fondo, que muchas de sus acciones eran moralmente reprochables. Recordé la pasividad frente a la barbarie cometida por quien estaba enfundado en un velo de autoridad, y volví a sentir la frustración de ver a mi país manipulado.

Entendí también la gran importancia que tiene la iniciativa planteada por el Partido Verde, donde se busca establecer un procedimiento para que toda ley deba: 

Publicarse, Explicarse, Entenderse y Cumplirse.

Espero que vean los videos con atención y que, como yo, se indignen con nuestra capacidad de violentar al otro por hacer lo que en determinado momento creemos correcto. Ojalá esta entrada del blog sea un granito de arena para que con más frecuencia cuestionemos nuestros dogmas, nos rebelemos frente a la autoridad y no sigamos tragando entero.    

***
*El Padre Francis, rector del Colegio donde estudié y donde más adelante fui profesor, se encuentra hospitalizado después de un intervención quirúrgica.  Aprovecho esta entrada del blog para mandarle las mejores energías y desearle una pronta recuperación, al igual que reiterarle mi eterno agradecimiento por haber dedicado su vida entera a la formación de personas como yo.

 Experimento de Milgram: Parte 1 de 3


 Experimento de Milgram: Parte 2 de 3


 Experimento de Milgram: Parte 3 de 3


3 de septiembre de 2010

SÍNDROME POST-VACACIONAL: EL LEGADO

Se fueron las elecciones... y llegaron las vacaciones.  Se acabó la vorágine y el resultado fue el por todos conocido.  Perdimos los Verdes, ganó Juan Manuel - el heredero de Uribe.  Y el país por donde iba: “de culo pa’l estanco”, diríamos en Colombia. O por lo menos así pensaba yo.  La única opción: seguir adelante. Pero antes...vacaciones. Dejamos el guayabo y el dolor de patria para después.  

Desconexión total durante algo más de un mes, casi dos. Visita de la familia, paseo por la vieja Europa: la increíble red de carreteras alemana, el legado de Mozart, los maravillosos palacios de los Habsburgo,  la Casa de la Opera en Viena, el impresionante Danubio en Budapest, la bohemia Praga, la imponente Berlin, el romance de Paris, Londres... No alcanzan las palabras. Tres semanas de encuentro frontal con la historia, día tras día sintiendo el peso de generaciones y generaciones que estuvieron aquí mucho antes que yo y nos dejaron este pedazo de mundo absolutamente fascinante.  Hunos, romanos, prusianos, barrocos, renacentistas, napoleonicos, fascistas, nacional-socialistas, demócratas, comunistas, independentistas, músicos, artistas, políticos, monarcas, emperadores, cubistas, impresionistas, clásicos, neoclásicos, futuristas... Cuántos años y cuántos seres extraordinarios construyendo esta imperfecta sociedad, moldeándola y convirtiéndola en la que conocemos hoy. Cuántos legados, cuántas visiones del mundo, cuántos proyectos sobrepuestos los unos sobre los otros. Cuánta trascendencia para seguir vivos tantos años después...

Llega el regreso a la vida cotidiana.  La familia vuelve a Colombia y yo de vuelta a la realidad.  Acomodarse a trabajo nuevo, lavado de cara al blog e intentar seguir adelante.  De vuelta al guayabo y al dolor de patria, y a enfrentarnos con otro legado. Esta vez el del “mejor presidente de la historia”. El uribismo que abruma a Colombia.

Intentando reconectarme, busco en los períodicos y las revistas, hablo con los amigos y la familia, pregunto a los conocidos y a los no tan conocidos y no encuentro por ningún lado a ese “gran hombre” que acaba de dejar la presidencia.  Se acabó el gobierno de Alvaro Uribe (todavía me cuesta creerlo, qué felicidad!) hace alrededor de un mes y aparentemente su figura -y su legado- se han esfumado de la realidad nacional. Absolutamente sorprendente.  

El heredero hoy en día cuenta con una envidiable popularidad, irónicamente gracias a que desde el momento de su posesión ha sabido cambiar de tono y borrar al caudillo de todos los ámbitos. Nombró como ministros a quienes habían sido grandes críticos de su antecesor, invitó al presidente de Ecuador a su posesión y le entregó una copia de los computadores de Raul Reyes - a manera de desagravio por la incursión en su territorio. Le hizo saber a Alfonso Cano que la puerta del diálogo no estaba cerrada a las Farc.  Se reunió con Hugo Chávez en Santa Marta para “normalizar” relaciones.  Estableció como tema prioritario el desarrollar una reforma agraria para devolver las tierras a los desplazados (aquellos que según el anterior gobierno no existían, pues se habían convertido en migrantes, turistas internos). Tendió puentes con las Cortes y predicó respeto a la oposición. Y cuando sucedió el primer atentado terrorista bajo su mandato no se apresuró a acusar a las Farc - pidió prudencia y dejó entrever que existía la posibilidad de que la autoría fuera de miembros de la extrema derecha.  

Imposible imaginarlo más lejano a su antecesor. Dificil encontrar algo más opuesto al legado uribista. Y lo mejor (y lo más absurdo) es que la mayor parte del apoyo al presidente nuevo viene de aquellos furibundos uribistas que hace unas pocas semanas, henchidos de orgullo, llamaban mamerto y guerrillero a todo aquel que tuviese una opinión medianamente diferente a la de su caudillo.  

Definitivamente Colombia es un país maravilloso, difícil de descifrar.  Tendré que dedicarle más tiempo a leer y tratar de comprender cómo se forma la opinión pública en el país, porque no entiendo cómo pasamos del imperio del macartismo a lo que tenemos hoy en día, en menos de dos meses.   Tal vez aquel “legado uribista” no era más que una alucinacion impulsada por los medios, una cortina de humo (como tantas que bajo su gobierno supo tender), efímera y superficial, que se esfumó tan rápido como se generó.  Tal parece que lo que algunos se apresuraron en definir como “el mejor gobierno de la historia” no ha tenido más de un mes de trascendencia.  Fue simplemente un pequeño paréntesis en nuestra historia, ya de por si corta.

Vuelvo de vacaciones renovado, tranquilo, mesurado. Tal vez incluso hasta un poco más sabio.  La gran historia de la vieja Europa, con sus múltiples capas unas sobre las otras, con el peso de los siglos y los siglos, con sus maravillas y sus cicatrices, me ha otorgado la distancia para entender que nuestro pequeño ex-presidente no estaba destinado a acabar con el país, que su sucesor tampoco lo hará, y que todavía es mucho lo que tenemos por delante para construir.  

Se acabó el dolor de patria, pues hoy entiendo que eso que llamamos patria es y será siempre más grande que el gobernante de turno.  

Permanece la sana costumbre de desconfiar de quien nos gobierna, y de observar y participar vigilante de lo que pasa en nuestro país, a pesar de la distancia. Permanecen las ganas de trabajar para construir ese país capaz de maravillar a quienes lo visiten en uno, dos o tres milenios.  Sería maravilloso poder hacerlo con los actuales verdes, si sus líderes llegan a obtener la lucidez necesaria para ponerse de acuerdo, dejar de patinar en pequeñeces y asimilar la gran oportunidad que tenemos para generar un proyecto de verdadera trascendencia - que no se esfume como un legado vacío.

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