Palabras del P. Francisco José de Roux, SJ., en la ceremonia de graduación de los estudiantes de la Universidad de los Andes.
Bogotá, 21 de Marzo de 2009
Compañeros y compañeras Uniandinos:INTRODUCCIÓN
Me han invitado a decir una palabra en el día de su grado y sólo puedo hablarles desde los sentimientos que llevo en el alma y desde las ideas y juicios que me he podido formar en años de búsqueda intensos desde que dejé los claustros de esta Universidad querida.
Ustedes salen a un país extraordinario, donde hay gente inteligente y bella, una riqueza cultural profunda y diversa, una historia institucional y económica y una naturaleza generosa.
LA CRISIS HUMANITARIA
Toda esta maravilla no puede ocultar que ustedes salen también a enfrentar un reto inmenso; y quiero poner ante ustedes la magnitud del desafío, el terreno exigente donde primero tienen que enfrentarlo, las tareas que tendrán que emprender y esta convicción profunda de que ustedes pueden responder al desafío; de que son capaces.
Hoy se gradúan en la Universidad de los Andes como hombres y mujeres libres, y ante ustedes está la inmensa e inquietante crisis humanitaria de Colombia. La crisis se pone en evidencia por la mafia que ha penetrado al Estado y las instituciones, el campo y la ciudad. Hoy, como hace 25 años, seguimos siendo el primer productor mundial de cocaína. Con Sudán y el Congo formamos el trío de las naciones con más desplazados internos. Tenemos el despojo campesino de cinco millones de hectáreas, más de dos mil personas permanecen en secuestro, somos el territorio del planeta con mayor densidad de minas antipersonales. Allí están los falsos positivos de jóvenes asesinados y presentados como muertos en combate, y las pirámides de dinero fácil.
CRISIS QUE NO PUEDE DEJARSE EN MANOS DE OTRO
Muchas cosas se han hecho para reaccionar contra esta realidad. En los últimos años ha habido un esfuerzo hondo del Estado para abordar la crisis, muestra de este esfuerzo es la disminución a la mitad del número de asesinatos que teníamos hace dos lustros, pero la ruptura humanitaria sigue allí. En medio de este desbarajuste humano somos una sociedad encerrada en el simplismo. Convencida que el problema no es con nosotros, que todo lo ha causado un enemigo perverso y minoritario que actúa contra los buenos, el terrorismo de unos pocos malos, y que todo se arreglará cuando la guerra acabe con el terrorismo. Muchos entre nosotros pretenden todavía que un solo hombre, el Presidente, quien tiene el coraje de enfrentar todos los días los problemas del país, puede solucionar la magnitud de la crisis de Colombia. El ha probado que puede estar en todas las partes: en Bojayá destruido por los cilindros de las FARC, en el Club el Nogal derrumbado por un carro bomba, en el río Magdalena contaminado con las latas de cianuro, en Puerto Wilches ahogado en las inundaciones, en Cali conmovido por el llanto de las viudas de los concejales, en todos los lugares donde la crisis se hace patente. Y millones de colombianos creen que con mantener al Presidente por encima del 80% en las encuestas cumplen con su deber de responsabilidad con Colombia, y después de dar el voto se refugian en el nicho de los intereses personales: mis clases en la universidad, mi pequeña empresa, mí puesto de gerente, mi parroquia de cura, mi almacén de comercio. Cuando sabemos que la magnitud de la crisis nuestra no la puede solucionar ningún hombre sólo. Que es una responsabilidad de todos los colombianos y colombianas.
CRISIS QUE CONOCE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL
Entretanto, nos sorprendemos que los grupos voluntarios que van por el mundo para acompañar al ser humano en los lugares donde está siendo más vulnerado, coloquen a nuestro país en su lista de viajes. Funcionarios de Naciones Unidas, investigadores universitarios, Oxfam, Cafod, Médicos Sin Fonteras, etc., conocemos su itinerario: Afganistán, Irak, Palestina, Congo, Sudán y Colombia.
Es tan preocupante para las naciones de la Tierra la ruptura del ser humano aquí, que, siendo este un país que no clasifica para la cooperación internacional por estar situado por encima del umbral de pobreza, es el país que ha recibido más ayuda externa directa, no reembolsable, en la última década en el continente. Ayuda que nos han dado en el Plan Colombia de los Estados Unidos y en los Laboratorios de Paz de la Unión Europea.
La crisis nuestra, que no es una crisis de pobreza, se ha traído a Colombia los recursos que deberían ir a calmar el hambre de pueblos pobres de Haití, Nicaragua, Honduras, Bolivia y Ecuador. Europa y Estados Unidos han dejado a los pobres para venir a hacer algo por Colombia porque el mundo siente miedo, vergüenza ajena, cuando ve en nosotros, los colombianos, los horrores de que somos capaces las mujeres y los hombres que formamos la raza humana.
No voy a decir que somos los únicos responsables. La crisis humanitaria colombiana es el resultado de variables endógenas, nuestras, y de variables exógenas. Un paquete de dinámicas perversas se ha cernido sobre el mundo para disparar, en lugares propicios como Colombia, la ruptura del ser humano. Esta crisis, de no haber estallado entre nosotros, hubiera ocurrido en cualquier otra parte del mundo con condiciones parecidas a las nuestras. Esas variables externas son, entre otras, la demanda internacional por la cocaína, la industria y el tráfico de armas, la locura de los dineros especulativos de las bolsas de valores y lo bancos, el calentamiento global causado por la codicia humana.
CRISIS DE LA QUE NOSOTROS SOMOS RESPONSABLES
Pero tenemos que ser honestos, a estas variables exógenas, nosotros, por nuestra historia de problemas nunca resueltos, por nuestras exclusiones, por nuestra incapacidad de asumirnos como colombianos todas y todos concernidos, involucrados, coparticipes, hemos ofrecido tierra fértil para que estalle aquí y no en otra parte el caos humanitario que nos desbarata como pueblo.
Si no hay un cambio nuestro la crisis humanitaria seguirá, aunque reelijamos al Presidente como muchos quieren, aunque vengan otros diez planes Colombia, aunque fumiguemos con glifosato todo el país, aunque matemos a todos los guerrilleros, aunque tengan ustedes el título profesional que los acredita como formados en una de las mejores universidades del continente. Porque el problema lo llevamos dentro. Porque de nosotros, espectadores de las fosas comunes, y del llanto de las víctimas, en nuestros televisores, puede decirse crudamente lo que John Steinbeck, autor de las Uvas de la Ira, dice de un pueblo análogo: “No son humanos, si lo fueran no permitirían que pase todos los días, desde hace tiempos, lo que pasa entre ellos.”
ESTE ES UN PROBLEMA ETICO
Por eso, aunque este problema tiene muchas dimensiones y requiere de soluciones profesionales e interdisciplinarias, lo primero que ustedes tienen que enfrentar desde hoy, es un problema ético.
Al hablar de ética no voy a hablarles de principios morales, ni de mandamientos religiosos. Voy a hablarles de ustedes mismos. De nosotros. Lo que aquí está en juego, se apuesta en el terreno personal de cada uno de ustedes, de cada uno de nosotros. Se trata de la dignidad nuestra. Y en ustedes y nosotros, de la dignidad de todas las mujeres y los hombres de Colombia. A esto referían las palabras de Carlos Angulo, nuestro rector y de Santiago Saavedra.
LA DIGNIDAD HUMANA
Cuando un estudiante chino, hace unos años, se paró sólo frente a los tanques de guerra del ejército comunista en la plaza de Tian'anmen allí estaba la dignidad humana. Cuando los obreros del sindicato Solidaritat se levantaron en huelga para desplomar al socialismo soviético en Polonia, allí estaba la dignidad humana. Cuando millones de personas se levantaron en protesta en España y pararon el país contra un atentado de la ETA, allí estaba la dignidad humana. Cuando miles de personas se reunieron en Wall Street para pedir que no se premiara con bonos a los banqueros por su codicia, allí estaba la dignidad humana. Cuando un negro se lanzó candidato, ganó, y juró como presidente de los Estados Unidos, allí estaba la dignidad humana.
La dignidad humana es la conciencia que aparece en nosotros cuando erguimos el inmenso valor no negociable, no entregable, no sustituible que tenemos como personas, y cuando asumimos la inmensa responsabilidad de ser coherentes con ese valor, para protegerlo por encima de todo, al lado de los demás seres humanos nuestros conciudadanos y ciudadanas. Por respeto a nosotros y a los demás. Con determinación y carácter.
Ustedes saben que sobre la dignidad se construyó la carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1948. El mundo acababa de salir de un Apocalipsis de 60 millones de muertos por la segunda guerra mundial. En medio de la confusión y la vergüenza, había que construir un código de conducta que valiera por igual para todas las naciones y todas las culturas. Los invitados a escribir el código, reunidos en Paris, no lograban ponerse de acuerdo sobre el principio que pudiera unirlos. Fue entonces cuando Jacques Maritain puso sobre la mesa la frase que consiguió la aceptación unánime de los participantes: “todos los seres humanos tienen igual dignidad”. Sobre ese juicio se construyeron todos los compromisos de derechos humanos.
Esta es la grandeza de cada uno de nosotros. La que desarrolló la ética liberal sobre el principio de “trata a los demás con el respeto con que quieres que los demás te traten a ti”; la que llevó a Kant a afirmar que ninguno de nosotros puede ser utilizado como medio, porque cada ser humano es un fin en sí mismo. La que en la tradición judaica y en las grandes tradiciones religiosas de los pueblos afirma que cada mujer y cada hombre es imagen de Dios, y lugar privilegiado de la manifestación del misterio trascendente. Por ese valor absoluto de cada uno, de cada una, el cristianismo pone a Dios al servicio de la grandeza humana: “no he venido a pedir que me sirvan, he venido a servir “dice Jesús; y Dios en Jesús, aparece lavando los pies de sus seguidores en la última cena. En la más seria teología católica, nosotros no tenemos la dignidad porque Jesús nos ha salvado; es al contrario. Jesús se ha entregado hasta la muerte para que nosotros entendamos lo que valemos y rescatemos la conciencia y la responsabilidad de nuestra propia dignidad perdida.
La dignidad humana no puede incrementarse ni puede disminuirse. Hoy ustedes reciben el grado universitario, como un triunfo meritorio. Si ustedes me han entendido, este grado no acrecienta su dignidad. Porque la dignidad humana no puede aumentar. Ustedes no tiene más dignidad por ser doctores, ni magísteres, como tampoco tendrán más dignidad mañana por ser alcaldes, ni presidentes, ni premios nobels, ni gerentes de una gran empresa. Ustedes nunca podrán tener más dignidad que la que tiene un pescador del Magdalena, un desplazado de Soacha, una campesina indígena de Tacueyó, o un moreno analfabeta del pacífico. Ni tampoco la dignidad puede disminuirse. Ni el sida, ni una quiebra económica, ni los errores que un día puedan cometer, les pueden arrebatar la grandeza de ser seres humanos. El cartón que ustedes reciben en la Universidad de los Andes no le da más dignidad que los demás, ese cartón los acredita como seres capaces de servir, de prestar un servicio cualificado a la dignidad de los hombres y las mujeres de Colombia y del mundo. Háganlo!
Los invito a llevar profundamente en el alma esta convicción, porque los colombianos, arrancados de la grandeza de nuestro propio pueblo sin saber por qué, nos hemos ensañado unos contra otros, nos hemos despreciado, nos hemos odiado, nos hemos matado. Hemos llegado a pensar que hay unas vidas humanas que valen más que otras, nos hemos visto asesinando para controlar la tierra, hemos excluido a los indígenas y al Chocó negro, hemos preferido la seguridad de las empresas a las seguridad de la gente. Hemos llegado a pensar que el dinero es más importante que la gente, o que tener plata nos hace más significativos, más dignos más merecedores que los demás.
La dignidad humana, presente en cada uno de ustedes, no depende de nadie ni de nada. La dignidad no se las dio el Estado, ni el gobierno, no la recibieron de la sociedad, no se las dio la religión, no se las entrega la Universidad. Esta dignidad ya la tenían ustedes toda, desde el momento en que aparecieron como seres humanos. Y no puede ser dañada en uno de ustedes sin vulnerarse en todos los demás. Por eso, por no depender de nada, por estar totalmente en cada una, en cada uno, la dignidad en cada uno de ustedes tiene un valor absoluto. Por eso, para ser honestos con lo que nosotros somos, los invito a que volvamos a esta base fundamental, para construir desde allí, en consistencia con el valor de cada uno, la ética que hemos perdido.
LA TAREA QUE TENEMOS POR DELANTE
Tenemos que empezar por reconocer la dignidad igual de todas las mujeres y los hombres de este país, y reconocerla en sí misma, independientemente de los estudios que tengan, del dinero que tengan, del apellido que tengan, de la raza que tengan, de la plata que tengan, del oficio que tengan, del prestigio que tengan.
Y juntos tenemos que establecer la manera como queremos vivir nuestra dignidad de colombianos. No podemos acrecentar nuestra dignidad, pero lo que podemos y debemos hacer, lo que se llama desarrollo, es acordar la forma nuestra, colombiana, diferente y propia, como queremos formular la dignidad de todos y de todas, proteger la dignidad de todos y de todas, expresar nuestra dignidad, celebrar nuestra dignidad, y compartir con otros pueblos del mundo las muchas maneras como cada pueblo tiene el coraje y la grandeza de vivir como quiere su propia dignidad. Esta es una tarea cultural inmensa que ustedes tienen que llevar hasta constituir un universo simbólico propio levantado sobre nuestras tradiciones, amarrado a nuestros ríos y montañas; un universo de relatos, imágenes, música, sueños e imaginarios colectivos. Ustedes tienen que proponerla al lado de la gente nuestra, como profesionales de la cultura, de la filosofía, de las artes, de la arquitectura, del diseño.
Y hay que ir más allá, hay que producir esa vida querida, consistente con nuestra propia dignidad, e involucrar a todos los colombianos y colombianas en esta producción. Es decir, hay que transformar la vida querida en la función de bienestar nuestra y maximizar esa función en un horizonte justo y sin exclusiones, en el que cada uno sienta que puede vivir su grandeza humana sin que esa grandeza sea vea disminuida o amenazada por la plenitud que alcanzan los demás. Y hay que producir esta vida querida con eficiencia, para hacerla a los menores costos humanos y ambientales posibles, y hacerla con calidad para poder intercambiar con otros pueblos de la tierra lo que no podemos hacer nosotros y consideramos parte de la vida querida. Y esta producción supone infraestructura para nuestros campesinos y barrios populares, nuevas formas de energía para nuestras industrias, empresas nacionales e internacionales alineadas en este propósito colectivo. Ustedes tienen que hacerlo como economistas, como ingenieros, como profesionales de la salud, como matemáticos y biólogos, como mecánicos y físicos.
Todavía hay que ir más allá, para colocarnos juntos en el horizonte de lo público, en el Estado nuestro que es la institución que hacemos los seres humanos para garantizar a todas y todos, sin excepciones las condiciones para vivir con dignidad. Y esta es la tarea de la política, y ustedes tienen que hacerla como profesionales de lo público, como administradores del estado, como legisladores y abogados.
CONCLUSIÓN
Amigas y amigos que compartimos este espíritu Uniandino. En sus manos está este país, esta naturaleza extraordinaria, y esta inmensa capacidad de los colombianos que cayó en la crisis humanitaria.
Yo quiero invitarlos a pensar en grande. Yo sé que ustedes los jóvenes pueden. Yo recuerdo en mi formación clásica la historia de los jóvenes compañeros de Eneas, en la Eneida, en el camino hacia el Lacio. Nadie pudo detenerlos porque sabían, tenían el carácter, y estaban convencidos que podían. Possunt quia posse videntur - pudieron porque estaban convencidos de que eran capaces.
Yo quiero invitarlos a volver a las regiones de Colombia desde donde ustedes vinieron. A sentirse orgullosamente vallecaucanos y paisas, costeños y llaneros, boyacenses y pastusos, cafeteros y santandereanos, tolimenses y bogotanos, y a colocarse en este mundo globalizado desde la fuerza cultural de sus regiones que marcó la manera propia como sus antepasados vivieron la dignidad.
Su responsabilidad como miembros de la comunidad de la Universidad de los Andes no termina con haber aprendido, ni con tener el certificado de que saben. Ustedes se juegan el sentido de ustedes mismos en la decisión de poner en práctica los conocimientos acreditados por el título que hoy reciben.
Pasar a la práctica, hasta las últimas consecuencias, es su desafío ético. Allí está Colombia que les espera, que las espera. Estoy seguro que ustedes han comprendido que su dignidad está en juego.
Los mayores confiamos en que ustedes tienen el coraje, al arrojo, el carácter, la libertad, para poner en práctica, para traducir en hechos, lo que ustedes aprendieron en los claustros Uniandinos, para que ustedes y todos los hombres y mujeres de Colombia podamos vivir en dignidad.
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Estas palabras no son mías. Sin embargo, y a pesar de las pequeñas o grandes diferencias que pueda tener con ellas, son palabras sabias. Expresan exactamente uno de los objetivos de este blog, que es el consolidar nuestro compromiso individual con el futuro de nuestro país. Por esto las comparto con ustedes.
Es hora de asumir responsabilidades. Los invito a que lean este artículo, y nos sumemos a esta incipiente iniciativa para mantener nuestra democracia. Hagámosla fuerte. Es lo que el país necesita en este momento.
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